El sentimiento en el aprendizaje

Aprender es un acto natural. Estamos aprendiendo todo el tiempo, siempre que uno de nuestros sentidos es estimulado. Cuando nacemos aprendemos principalmente de los estímulos externos: de lo que vemos, oímos, tocamos… Con el tiempo, nuestro propio pensamiento nos genera aprendizajes, estableciendo diálogos cada vez más complejos con los estímulos, que empiezan a ganar sentido y significado.

También es cierto que desde el inicio de la vida cada estímulo nos genera sentimientos, los cuales vamos naturalmente atribuyendo a lo que experimentamos. Por lo tanto, los significados se construyen con el tiempo y encuentran su primer fundamento en el sentimiento.

Desde pequeño escucho un dicho popular común en mi familia: “La cabeza está por encima del corazón porque tiene prioridad”. Son las estipulaciones del mundo técnico, lógico y racional que – creemos – haber construido. No obstante, al contrario que en una jerarquía, observamos que sentimiento y pensamiento trabajan en equipo, cooperando e influyéndose entre sí. Es importante observar la cronología de esta interacción: el sentimiento nace primero y construye las bases del pensamiento.

Un bebé es incapaz de elaborar una frase o resolver un problema matemático, pero llora cuando echa de menos a su mamá, tiene sueño, hambre, frío… Y sonríe cuando está feliz. El bebé siente el mundo, no piensa el mundo. Estos sentimientos sobre diferentes experiencias de su realidad van quedando grabados en su memoria. En la experiencia humana nada resta, siempre suma. La experiencia vivida ayer no disminuye la de hoy, se suma, y a lo largo de la vida tenemos muchos cúmulos de experiencia.

Según se desarrolla muestro cerebro y nos da la capacidad de pensar – lo que ocurre en  varias etapas -, estos pensamientos, primero rústicos y después capaces de alcanzar niveles más elevados de complejidad, nacen en el fértil terreno del sentimiento, que por a vez les condiciona. Reflexiona un momento: ¿Tu pensamiento funciona igual cuando estás de buen o mal humor? ¿Cuándo estás feliz o molesto? ¿Cuando acabas de recibir una promoción en el trabajo o te han echado? ¿Cuándo has recibido un “sí” de la persona amada o has roto una relación?

El pensamiento se nutre del sentimiento. Su curso, desarrollo, profundidad y complejidad están directamente relacionadas a cómo nos sentimos. Como educadores debemos ser capaces de observar cómo los sentimientos de nuestros alumnos están afectando en su desarrollo intelectual en dos sentidos principalmente: en el contenido y en la forma. El contenido del pensamiento siempre nos dará señales de cómo está el mundo interior de una persona, qué está viviendo, qué está pasando. Es, por tanto, una información muy importante principalmente cuando hablamos de niños y niñas, que aún tienen poca habilidad para hablar con claridad sobre lo que experimentan, o jóvenes más introspectivos, que no toman la iniciativa para expresarse.

Observar con cuidado el contenido de los pensamientos nos da pistas sobre posibles dificultades que nuestros alumnos están pasando, ya sea en casa, con su familia, o en el propio ambiente educativo. A la vez, la forma en la que el pensamiento aparece también importa: si hay espacio para la creatividad, hasta dónde el pueden desarrollar el pensamiento, si es prolongado o corto… Un alumno o alumna que habla poco, por ejemplo, puede estar demostrando miedo.

Es importante que exista espacio para la expresión abierta de los pensamientos y sentimientos en el ambiente educativo: Facilita el trabajo del educador y no contamos sólo con nuestra propia interpretación para descubrir la realidad; Auxilia el aprendizaje, porque sabemos que los estudiantes que se sienten a gusto y afectivamente acogidos aprenden mejor; y podemos activamente ser el puerto seguro o la ayuda que muchos están necesitando, pero no saben cómo pedir.

Percibimos así que el pensamiento, el raciocinio y la toma de decisiones son, muchas veces, más sentimentales que racionales – aunque parezca al revés -, pues el diálogo entre lo que pensamos y sentimos es constante, y este último aparece primero en nuestro desarrollo. Como todo lo relacionado con el mundo subjetivo, es más fácil de aplicarlo si empezamos por nosotros mismos. Merece la pena la reflexión: ¿Cuáles fueron tus profes favoritos? En los momentos difíciles, ¿cómo te hubiese gustado ser tratado? ¿Cómo cambian tus pensamientos  a lo largo de los días? ¿Con qué personas te sientes más a gusto y por qué?

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